sábado, 31 de enero de 2009

Tristezas del Gran Buenos Aires

Escribe Alejandro Dolina

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Según los criterios demográficos más en boga, una ciudad es más importante cuando es mayor el número de sus habitantes.
Seguramente esto produce indignación entre los filósofos elitistas de la cuadra, que propugnan más bien el uso de pautas aristográficas, de acuerdo a las cuales las ciudades más importantes son las habitadas por los mejores. Los mejores, claro, son ellos.
La idea tiene —a qué negarlo— su interés. Pueblitos que ni figuran en el almanaque del Reader's Digest — Cadaqués, sin ir más lejos— ocuparían de una vez el lugar que merecen.
Pero por ahora, y aún a riesgo de que nos llamen populistas, seguiremos ateniéndonos a la cantidad antes que a la calidad.
Hace algunos años, las estadísticas despertaban nuestro orgullo nacional cuando se nos informaba que Buenos Aires era una de las cinco grandes ciudades del mundo. Sin embargo, en los últimos tiempos viene creciendo dentro de mí la sospecha de que hemos descendido en esa tabla de posiciones, pues ya no lo oigo repetir a cada momento.
Es muy probable que otras poblaciones de dudoso linaje nos hayan sobrepasado.
Es que hoy en día cualquier caserío de mala muerte está habitado por diez o quince millones de aldeanos. Así anda el mundo.
Y llegamos aquí al punto en que quería detenerme. Sabemos que Buenos Aires tiene 10 millones de habitantes o poco menos. Esto significa que hemos contado también a quienes residen en el área metropolitana. Vale decir que San Justo es parte de Buenos Aires. Sostenerlo contrario sería admitir que la nuestra es una pequeña ciudad de tres millones y medio de personas, no mucho mayor que Baltimore.

Sin embargo la ciudad no se comporta como un gigante, sino como un conjunto de enanos.
Los taxímetros de la Capital llegan sólo hasta la General Paz. Los del resto del Gran Buenos Aires no circulan, sino que permanecen detenidos en las estaciones del ferrocarril.
Las calles repiten sus denominaciones en cada municipio, siguiendo numeraciones que no responden a un criterio único. En realidad no responden a ningún criterio. Así, la calle Sarmiento al 200 aparece por lo menos una docena de veces en lugares que —según acabamos de suponer— pertenecen a la misma ciudad.

No es la intención de esta nota cuestionar la extensión del distrito federal ni pronunciarse en contra de las autonomías municipales. Pero es evidente que Buenos Aires ha crecido mucho más allá de los territorios que se le asignaron en el 80 y a estas alturas parece indispensable inventar algo ingenioso para estar a la altura de las circunstancias.

Para decirlo de una vez: aún cuando a los señores del Gran Buenos Aires se les tiene por porteños, su existencia transcurre entre innumerables penurias que la gente de la Capital ni siquiera imagina. El apartado siguiente servirá para intentar una somera enumeración de calamidades cotidianas.

Catálogo de calamidades.
El Gran Buenos Aires es feo. Con una fealdad que no surge, como puede pensarse, de la pobreza.
Existen —es cierto— zonas privilegiadas de cierta hermosura. Pero el 80 por ciento de su superficie está cubierta por edificaciones descascaradas y sin terminar, barriales sempiternos, veredas intransitables y calles que no conducen a ninguna parte.
En muchos barrios la gente amontona la basura en el centro mismo de las esquinas, sin que nadie la recoja. Existen problemas con el agua y las cloacas. Hay zonas donde es más fácil encontrar un chorro que un vigilante.
No es cierto que el aire esté menos contaminado. El tránsito es un desastre y la señalización escasa.
Hay, eso sí, semáforos. En cualquier parte. Puede faltar agua, electriciclad o limpieza, pero no semáforos. Abundan también las gomerías y los corralones de materiales de construcción.
Una reflexión aparte merece el transporte. Los ferrocarriles prestan menos servicios que hace veinte años. En la década del 60, el ferrocarril San Martín sólo interrumpía su funcionamiento durante una hora por noche. Él último tren de Retiro salía a las tres de la mañana y el primero a las cuatro. Hoy, el último tren hacia el centro pasa por la estación Caseros a las 0.21 y el primero a las 3 y media de la mañana. Los colectivos que circulan toda la noche son pocos. Por supuesto hay extensas comarcas alejadas de las estaciones y avenidas que, en horas de la noche, solamente pueden ser abandonadas a pie. La única alternativa es llamar por teléfono a la estación y pedir un taxi, pero ocurre que tampoco hay teléfonos.
Una aclaración: si bien los trenes no funcionan en la madrugada, los boliches de las estaciones suelen permanecer abiertos. Se trata de establecimientos frecuentados por curdelas entusiastas y morochos levantiscos, que matizan las largas esperas de los pasajeros con groserías y provocaciones.
Frente a las estaciones, es fácil encontrar locales de esparcimiento con juegos mecánicos. Allí vastos sectores de nuestra juventud olvidan momentáneamente el sentido trágico de la vida, mientras juegan con las maquinitas luminosas escritas en inglés.
También hay rascacielos. Gigantescos edificios de veinte pisos a cinco cuadras de los enormes descampados. Onerosos departamentos de dos ambientes en Paso del Rey. Estos lugares constituyen un hecho demencial, ya que combinan, con toda perversidad, los inconvenientes del centro y el suburbio, sin ofrecer ninguna de sus ventajas.

Algunas paradojas y curiosidades.
Habida cuenta de la pálida realidad suburbana, uno no tiene más remedio que asombrarse ante ciertas compadradas que —con la mejor intención— se permiten muchas entidades públicas y privadas.
Así, usted oirá hablar muchas veces de la "Ciudad de Caseros". ¿Por qué no hablar, entonces, de la "Ciudad de Almagro" o la "Ciudad de Villa Urquiza"?.
Todos los barrios parecen tener berretines de gran urbe. Pero la grandilocuencia es cosa corriente en estos parajes: cualquier potrero puede llamarse "Parque Ingeniero Rabuffetti". Dos hamacas y un sube y baja son el "Centro Municipal de Recreación Coronel Cascioli". Una cancha de fútbol sin marcar es el "Complejo Deportivo Arquitecto Bonfanti".
Vean: en las inmediaciones de la estación El Palomar existe un yuyal. Entre los yuyos asoma un cartel que dice algo así: "Esta obra es una realización conjunta de la Municipalidad de Tres de Febrero y la empresa Ferrocarriles Argentinos".
¿Qué obra? se pregunta uno. ¿El yuyal? Difícil. ¿El caminito que lo atraviesa? No creo. Más bien esta vía de comunicación parece haber sido trazada por la constancia de los vecinos, que siempre cortan por el mismo atajo. Tal vez la obra gestada en conjunto consista únicamente en el cartel que la anuncia.

El arte en el Gran Buenos Aires.
El suburbio porteño de las primeras décadas del siglo no se parecía a éste.
Se trataba de un suburbio arrabalero. Suburbio y arrabal —como bien lo ha descubierto Horacio Ferrer— no son la misma cosa.
Los barrios periféricos de aquel entonces (Saavedra, Avellaneda, Mataderos, Liniers) mantenían un vínculo sentimental con sus pobladores. Este sentimiento se traducía en actividades comunes que unían a los vecinos: clubes, bibliotecas, tertulias, bares. Muchos de estos barrios llegaron a tener un cierto estilo propio que los diferenciaba de los otros.
Siendo más pobre, la construcción revelaba un cariño y una preocupación estética que no existe en la actualidad.
Pero hay algo más importante: estos barrios fueron capaces de darse su propia expresión artística. Existieron pintores de la Boca, músicos de Pa-lermo y cantores de Pompeya. La poesía, el tango y la pintura reflejaban y hasta mencionaban expresamente el barrio que les había servido de inspiración.
En nuestros días, nadie le canta a Villa Tesei o a la parada Kilómetro 18.
Todo es cuestión de empezar. No estaría mal que alguno de nuestros lectores intentara componer la zamba "Nostalgias de William C. Morris" o la milonga "Señores, soy del cruce José C. Paz".

Orígenes y perspectivas.
¿Cómo empezó a gestarse este gigantesco andurrial?
Hay muchas explicaciones, todas ellas verdaderas. Las migraciones internas, el crecimiento industrial, la especulación horizontal a través de loteos sin ton ni son.
En este momento el Gran Buenos Aires está recibiendo el aporte de muchas familias que provienen de la Capital. Se trata de gente que huye de los alquileres demasiado altos. Y de Boedo pasa a Muñiz.
Tal situación ha conducido a muchos pensadores a razonar que toda mudanza es deplorable.
Esto es cierto. Cada persona que abandona su barrio deja tras de sí —sin saberlo— una gran porción de nostalgia. Además, las casas desalojadas suelen ser ocupadas por vecinos nuevos, y ya se sabe lo desagradables que son los vecinos nuevos.
Pero sigamos con lo nuestro. ¿Qué debe hacerse para remediar los males que hemos venido enunciando?
Nadie lo sabe. El Gran Buenos Aires es como es, sin que podamos echarle la culpa a intendentes incapaces o a los malos gobiernos. No existen soluciones fáciles. Cuando uno recorre ciertos barrios llega a pensar que lo mejor que podría hacerse es demoler todo y construirlo de nuevo.
Tal vez todos estemos medio locos y alberguemos ideas absurdas acerca de los lugares donde conviene vivir.
Lo cierto es que nuestro destino está indisolublemente vinculado a la ubicación de nuestro domicilio.
Es más fácil ser un reo en Lugano que en Recoleta. Es más sencillo ser futbolista en Caseros que en el Once.
Y esto nos conduce a reflexionar que el mejoramiento del suburbio debe —quizá— realizarse por caminos interiores. Es necesario apostar al jardín antes que al garaje. Las flores siguen siendo gratis.Pero falta mucho para que esto ocurra. Hay que tener mucho corazón para amar a parajes tan inhóspitos como González Catán. Sin embargo, el esfuerzo vale la pena. El propio autor de estas meditaciones ha aprendido ya a querer a su barrio de un modo entrañable. Un barrio que no es precisamente Beverly Hills.
Buenas tardes.

Revista Humo(r), Número 53, Marzo de 1981.

miércoles, 28 de enero de 2009

Quince para siempre

Algo tranquilo, relajante, de mucha paz... sin duda todos pensamos en este momento en Charly Garcia. Los que conocemos su obra en profundidad sabemos que esta lejos de ser el descontrol mediático. Incluso en la década del 90, donde el caos reinaba en sus producciones, podemos encontrar pasajes como el que sigue.

La canción pertenece CD "Unplugged Hello!". Me animo a decir que es uno de los mejores discos grabados en vivo de la historia. "Fifteen forever" tiene muchas reminicencias al rock progresivo, en la línea de Procul Harem y Yes. Si, ya se, música de radio a la medianoche. Pero no por eso libre de belleza. (Si gustan de este género recomiendo Aphrodite's Child una banda griega que tal vez no brilla demasiado pero que cobija entre sus filas al gran genio helénico: Vangelis).
Todo el talento al servicio de una gran canción, una gran instrumentanción y la compania de unos músicos admirables:

sábado, 24 de enero de 2009

De gases y otras comunicaciones

Volvamos al gurú de este blog. El texto que sigue es uno de los mas conocidos de él durante su carrera periodística y se puede encontrar en cualquier blog medio pelo (como este) y puede servir como complemento de algunos posteos que lei en otros blogs sobre los medios de comunicación. Observen como utiliza los adjetivos que terminan siendo mucho mas ácidos que cualquier insulto. Los ejemplos que cita defendiendo su idea, impeclables. Y una tesis que nos remite sin duda al querido negro Fontanarrosa.

Contra el lenguaje basura
Se sabe que el erotismo sugiere. Que, al sugerir, seduce. Que, al seducir, embriaga, juega con los sentidos por medio de la imaginación. Que nos deja librados a nuestra libertad. Que, en fin, nosotros, desde nuestro deseo, deberemos completar la imagen. La pornografía no sugiere ni seduce ni embriaga. La pornografía es directa, es brutal, abomina de la imaginación porque abomina y desdeña al receptor. No le concede la libertad de la imaginación, el juego de la fantasía. No le concede nada a su propia creatividad. No hay creatividad. Sólo hay explicitez, visibilidad infinita, o sea, obscenidad. Obsceno es lo que exhibe todo. El erotismo estructura artísticamente al sexo. La pornografía lo exhibe con tosquedad, con un pretendido realismo que sólo es ausencia de estética, negación del goce, reclamo brutal de lo primitivo, de la fiesta áspera y hormonal de lo primario.Lo mismo con el lenguaje. No hay palabras “malas” ni hay palabras “buenas”. Hay palabras. Lo que determina que una palabra sea valiosa o sea una cloaca es la estructuración del lenguaje. Las palabras se “organizan” para transmitir. El comunicólogo transmite. Si está al servicio de una estética porno, primaria, y hasta bestial y agresiva arrojará palabras incluidas en contextos primarios, de un pretendido realismo que sólo es el pretexto de la pornografía del lenguaje. Los medios de comunicación están en manos de cultores de la estética de la basura. Se habla, sin mesura alguna, con orgullo incluso, de la televisión basura. La televisión basura está hecha por emisores basura para receptores basura, o que muy pronto lo serán. Detrás de una pretendida autenticidad popular se encubre el más tosco de los primitivismos, la falta de elaboración, la frontalidad sin matices, la falta de ingenio. Ninguno de estos comunicadores-basura tiene ingenio, ni talento. Sólo se limitan a reproducir (con un realismo extremo: tal como la pornografía) los aspectos más ásperos, más directos de una cultura que no lo es, de una estética de la no elaboración, de un arte que detesta el arte porque no sabe hacerlo y porque es más fácil copiar la basura, copiar el lumpenaje, la marginalidad extrema que expresarla en un contexto que la respete. El realismo basura no respeta lo que exhibe. Lo exhibe tal como dice que es. Pero ni siquiera “esa” realidad tiene la impureza, la tosquedad que los medios le otorgan. Porque lo más dañino que hacen los medios es una organización cloacal de la realidad. Los sectores populares no viven puteando y hasta a veces suelen colocar una puteada con una gracia y una justeza a la que ni por asomo llegará el comunicador obsceno, que sólo busca lo directo, lo que golpea, lo que, incluso, asombra. De esta forma, el ciudadano medio que escucha a los comunicólogos cloaca con frecuencia no puede creer lo que escucha. Se ríe de la guasada y, a la vez, se asombra de que se llegue a tales extremos. Bien, la pregunta es: ¿por qué se llega hasta ahí? Porque la basura es fácil y la basura vende. Un negocio en verdad redondo. Así, cada vez el receptor pedirá más basura. Como una comida cuyo condimento se aumenta día a día y llega por fin el instante en que nada alcanza. ¿A dónde piensan llegar los comunicólogos cloaca? Hasta donde sea necesario para seguir sumando rating. Ganando dinero con la basura. Lo grave de la basura es que crea más y más basura. Cada vez los medios serán más cloacales y los receptores, para saciarse, necesitarán más explicitez, más frontalidad, más pornografía, en suma, más mierda. Una vez aquí, hundidos en la impecable mierda que día a día alimentan nuestros medios, no sabremos cómo salir porque viviremos, sin siquiera saberlo, sumergidos en ella.Que quede bien claro: ésta no es una lucha entre puritanos que se asustan de las malas palabras y auténticos comunicadores populares que hablan el lenguaje del pueblo. Es una lucha entre gente decente y mercaderes impúdicos, traficantes de pornografía y apasionados, fanáticos envenenadores de conciencias, aniquiladores de ese pueblo que dicen representar y que, ante todo, si algo merece, merece que sea otra la gente que le dirija la palabra. Si los medios son mediáticos es porque no son inmediatos, sino porque esa “mediatez” es creatividad, elaboración, arte popular o cualquier otra forma de arte. Pero arte, no pornografía.


Pocas cosas superan un ejemplo que golpea en el punto exacto. Como (me permitiré insistir en esto) los comunicadores cloaca se defenderán diciendo que están frente a dinosaurios puristas, frente a censores encubiertos o frente a beatos de la lengua obsesionados por su uso santo y virginal, recurriremos a un ejemplo, tomaremos una palabra fuerte, ruidosa, con porte de vendaval y llena de sonido y de furia, como Shakespeare, en Macbeth, imaginaba la historia. La palabra es la palabra “pedo”. ¿Es buena, es mala? Ni una cosa ni la otra. Si la usan dentro de la estética comunicacional cloaca será mala porque se apelará a su aspecto abiertamente gástrico, a su cualidad para el insulto torpe y desdeñoso, a la risa fácil que despierta. (El público está tan maltratado en esto que no bien escucha un insulto, una grosería, una puteada brutal se ríe. Es una ley del show business guarango: por cada puteada cien carcajadas fáciles. Los cómicos de las revistas lo saben: cuando se te acaben los chistes, cuando ya no sepas cómo hacer reír al público, decite una puteada: la platea reirá, ya están condicionados a eso como lo estaban los perritos de Pavlov para salivar ante la comida.) Volvamos a la palabra-vendaval. En 1991 publiqué una novela, El cadáver imposible, narrada por un señor –en efecto– casto, puritano y, por consiguiente, bastante bobo. El hombre, el narrador, no quiere escribir esa palabra fea, la palabra “pedo”. Escribe, entonces, “ventosidades ruidosas”. Esta expresión es más cloacal que “pedo” porque revela el espíritu reprimido, inquisitorial y clerical medievalista de quien la instrumenta. La cuestión, con las palabras, reside en el talento y el arte para usarlas. Eso las vuelve buenas o malas. Francisco de Quevedo y Villegas, que estudió con los jesuitas, murió en 1645 y nunca supo nada, pero nada de la tele basura escribió: “El pedo es tan importante / para la salud/ que en soltarle/ está el tenerla”. Y Leopoldo Marechal, que hizo de la cultura helénica la suya, cierra su Adán Buenosayres con una frase que es, sin duda, un vendaval de gracia y talento: “Solemne como pedo de inglés”. Si alguno de nuestros comunicadores cloaca lograra, alguna vez, incluir una “mala” palabra en una frase de tal ingenio no sería eso, no sería un comunicador basura, sería un artista y bien ganada tendría la permanencia en su puesto. Si no sabe hacerlo, que le haga entonces un sencillo favor a la cultura de este país tan necesitado de actos generosos, de desprendimientos patrios: que se vaya.

http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/index-2005-05-29.html

martes, 13 de enero de 2009

Teologia/1

El catecismo me enseñó, en la infancia, a hacer el bien por conveniencia y a no hacer el mal por miedo. Dios me ofrecía castigos y recompensas, me amenazaba con el infierno y me prometía el cielo; y yo temía y creía. Han pasado los años. Yo ya no temo ni creo. Y en todo caso, pienso, si merezco ser asado en la parrilla, a eterno fuego lento, que así sea. Así me salvaré del purgatorio, que estará lleno de horribles turistas de la clase media; y al fin y al cabo, se hará justicia. Sinceramente: merecer, merezco. Nunca he matado a nadie, es verdad, pero ha sido por falta de coraje o de tiempo, y no por falta de ganas. No voy a misa los domingos, ni en fiestas de guardar. He codiciado a casi todas las mujeres de mis prójimos, salvo a las feas, y por tanto he violado, al menos en intención, la propiedad privada que Dios en persona sacralizó en las tablas de Moisés: No codiciarás a la mujer de tu prójimo, ni a su toro, ni a su asno... Y por si fuera poco, con premeditación y alevosía he cometido el acto del amor sin el noble propósito de reproducir la mano de obra. Yo bien sé que el pecado carnal está mal visto en el alto cielo; pero sospecho que Dios condena lo que ignora.

Eduardo Galeano "El libro de los abrazos".

viernes, 9 de enero de 2009

Hijitus: la otra verdad de larguirucho

Hace unos días una amiga me presto un DVD de Hijitus: seis capítulos que disfrute casi como cuando era chico. Pero, ahora con unos cuantos años más, empecé a notar ciertos detalles inquietantes en la trama y sobre todo en los personajes. Aclaremos primero que Hijitus siempre me pareció el ejemplo de lo que no debemos ser: lame botas de la policía, amigo del poder y una personalidad de superhéroe que mas se parece a Superman que a nuestro querido Patoruzu. Es, para mi, un antihéroe.
Pero lo que mas me inquieto son sus amistades. El comisario sobre quien ejercía una influencia maquiavélica y el hijo de un gran burgués anglosajón que siempre estaba armado y bien podría haber sido integrante de la Liga Patriótica de los años 20. Mas curioso es contra quienes “luchaba”: el Profesor Neurus, en quien vemos un claro representante de la intelectualidad y Pucho, arquetipo del tanguero, del hombre de barrio, del pueblo. Ya conocemos los conflictos que había y no nos vamos a extrañar de su resultado.
Hay un personaje que todos queremos, el héroe de todos (incluso el mío): Larguirucho, ese muchacho siempre alegre, de risa y andar torpe. El personaje que siempre cae simpático y que tal vez sea un gran comprador. Y tal vez use una careta muy convincente. Por que nadie va a negar que Larguirucho secundaba siempre a Neurus. Recordemos un capitulo donde exigía parte del botín luego de un asalto incluso sabiendo que se trataba de un robo –hecho curioso, no recibió su parte y los delato con Hijitus-. Era el primero en huir si las cosas se ponían feas y pero se entregó al lujo cuando Neurus encontró petróleo ¿se hacia el tonto según conveniencia? (“bla ma’ fuete que no te escucho”-era su salida favorita) ¿Por qué Hijitus lo quería aun sabiendo de su sociedad con Neurus?¿Doble agente?¿Cuantas veces Larguirucho denuncio un plan de sus compañeros? No pocas. ¿Cuántas veces festejaba los triunfos –aunque sean temporales- de Neurus?
Larguirucho es un idolo, nadie lo va a negar. Pero reconozcamos, eso si, que hay cierta impostura sospechosa.

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martes, 6 de enero de 2009

Las ciencias y sus filosofos

Enseñar es una tarea ardua y gratificante, contrariamente al pensamiento general. Miles de teorías pedagógicas rondan la tarea docente. Entre las que mas me gustan están las de Paulo Freire, a quien veremos seguido por este espacio. Sostenía –como otros antes y después que el- que la educación debe ser siempre política, axioma al que adhiero y que en otro post podríamos debatir. Ahora quiero usarlo de punto de partida para otro tema y es el siguiente: ¿Cómo explicar ciencia de manera política para transformar la realidad? La aceleración de la gravedad es de 9,82 m/s2 independientemente de la forma de gobierno que rija un país. Con este dilema me he enfrentado varias veces en mi corta carrera como docente en el área de química. Sin embargo, leyendo un texto de Esther Diaz hace unos meses encontré en la epistemología y en los griegos (cuando no) una solución a este problema.

Los filósofos mayores (Aristóteles y Platón) tuvieron teorías erradas, pero de alto vuelo. Podríamos decir que poseen una forma estupenda y un mensaje equivocado. A la inversa de los filósofos menores, cuya forma fue mas sencilla quizás, pero científicamente correcta. Si hablamos filosofía creo que la forma es prescindible y llegar a la verdad es lo importante –a diferencia de lo que ocurre en las artes-. ¿Por qué esta distinción entonces? El texto de la autora lo deja bien claro. Es un poco largo, pero vale la pena:

Programas cientificos, poder y deseo.
El atomismo fue un invento del siglo V ante de Cristo. Leucipo imaginó un universo infinito constituido por materia y vacío. Concibió la existencia de elementos indivisisibles - los átomos – que al unirse producen la realidad y al separarse la destruyen abriendo espacios de vacío siderales. Demócrito perfeccionó la teoría de Leucipo y encontró una solución ejemplar para responder al enigma del ser y el devenir. Los átomos de Demócrito son una especie de puente entre dos teorías aparentemente irreconciliables como las de Parménides y la de Heráclito. Pues los elementos de los primeros atomistas griegos conservan por partes iguales la necesidad racional de lo inmóvil, como en Parménides, y la revelación empírica de un mundo en permanente cambio, como el de Heráclito .

(…)

Los átomos de Demócrito, en tanto indivisibles, son inmutables. Sin embargo, desde el punto de vista de sus trayectorias cambian, están dotados de movimiento. Pero la importancia de la hipótesis de Demócrito no se detiene ahí. Se manifiesta asimismo en el hecho de que su doctrina no se resigna a ser una mera teoría sobre la realidad física, sino que aspira a una concepción total del mundo, incluyendo, como una de sus partes esenciales, la ética. Pero no una ética escindida del conocimiento de la naturaleza, sino operante en la construcción misma de lo que entendemos como realidad.

Es verdad que , en general, los filósofos griegos consideraban que para acceder al conocimiento se debía cumplir con ciertos requisitos de orden moral(…) En la modernidad tardía esa escisión se cristalizó en la pretendida neutralidad ética de la investigación básica.(…)Mi postura apuesta a introducir la reflexión axiológica desde el inicio mismo del proceso científico. En este sentido, rescato a los sofistas y a filósofos como Leucipo, Demócrito, y Lucrecio, así como a los estoicos y epicúreos, a los que –no casualmente- la filosofía oficial académica suele denominar “filósofos menores”.

La teoría atómica fue retomada por Epicuro en el siglo IV a. C., es decir, en la misma época en que Aristóteles (un poco más viejo que Epicuro) ya había concebido sus ideas acerca de la conformación de la realidad como un orden estratificado y jerárquico, cuyos principios irreductibles son los cuatro elementos: agua, fuego, aire y tierra, y acerca de la existencia de un fin último hacia el que toda la naturaleza tiende y que es la perfección. En la concepción aristotélica, de manera similar a la teoría platónica, tanto la naturaleza como los humanos están subordinados a ideas rectoras superiores. En cambio, la doctrina de Epicuro no se subordina a organizaciones celestiales trascendentes (nada de mundo de las ideas ni de motores inmóviles). Incluso a diferencia de los primeros atomistas, para quienes el devenir atómico respondía a una especie de necesidad racional, Epicuro introduce el azar en el proceso atómico generador de realidades.


Según la visión epicúrea del mundo, los átomos corretean entre nosotros, están en nosotros, nos constituyen y son nuestro entorno. El azar, para ellos, es similar a la libertad para nosotros. Libertad y azar hacen y deshacen nuestro devenir. Los átomos son inalterables en sí mismos aunque cambiantes en sus trayectorias. Unos trescientos años después de la propuesta epicúrea, Lucrecio describe, en impecables versos latinos, el desplazamiento de los átomos en el vacío siguiendo trayectorias paralelas. Existe una especie de armonía. Pero esa armonía no es eterna. En algún momento impredecible se produce la inclinación de un átomo, o clinamen, que provoca una vorágine indescriptible de choques, explosiones y confusión. El peso de los átomos los desplaza hacia abajo, pero la desviación los impele hacia otras direcciones. Esto desencadena un cataclismo atómico que, paradójicamente, es caos y orden al mismo tiempo. Mejor dicho, la catástrofe inicial es la condición de posibilidad de la generación de un nuevo orden, el de la organización de la realidad tal como la conocemos.

(…)

La teoría atómica antigua fue soslayada o negada durante milenios, para resurgir triunfante recién a fines del siglo XIX. Durante ese tiempo fue relegada a polvorientos manuales de filosofía o citada en historias de la ciencia como algo anecdótico más que fértil, delirante más que razonable, superficial más que profundo.
Fue tan corta su difusión y tan largo su olvido que cabe preguntarse si esta exclusión histórica se deberá a una falta de consistencia cognitiva, o de ausencia de rigor lógico, o de explicación coherente de los atomistas o si, en realidad, no habrá otros motivos. Motivos que no necesariamente son cognitivos, sino valorativos y del orden del poder. Pues, los atomistas no sólo se permitieron introducir la multiplicidad, el cambio, la diferencia y el azar en la explicación de la naturaleza, sino también la libertad y la ética. Además, compartieron sus discusiones teóricas con mujeres. En el Jardín de Epicuro había filósofos y filósofas. Existen, quizá, demasiadas transgresiones al orden político-social establecido como para que sus teorías pudieran ser incluidas en las “publicaciones oficiales”.

Es evidente que concepciones teóricas como las de Platón y Aristóteles responden mejor a las expectativas de los poderes hegemónicos. Pues en ellas el orden jerárquico y la necesidad lógica (impuesta obviamente por ese mismo orden) impera sobre las diferencias, las libertades individuales y los “seres inferiores”. Además, nada cambia en las estructuras profundas platónicas o aristotélicas, como nada debe cambiar –desde el deseo de las clases dominantes- en las estructuras profundas de lo social. Teorías como las de Platón, Aristóteles y, más adelante, Newton (aun sin proponérselo) sirven de fundamentación teórica para los imperialismos, los colonialismos y, en general, la manipulación de las redes de poder de tipo hegemónico. Por el contrario, concepciones teóricas como las atómicas, las no deterministas y las microfísicas se corresponden, aunque tampoco se lo propongan conscientemente, con la validación de las tolerancias, el respeto por las diferencias y los poderes plurales, democráticos y cambiantes. En realidad, el dispositivo validante de los conocimientos mimados por el poder es un proceso sin sujeto. No porque en una primera instancia no haya sujetos que se planteen ciertos objetivos, ni porque los dispositivos no partan desde y hacia los sujetos en función de esos objetivos, sino porque el proceso produce un plus no buscado, pero que ayuda a fortalecerlo, como una especie de “astucia de la razón hegeliana”."

“LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA COMO TECNOLOGÍA DE PODER POLÍTICO SOCIAL”

sábado, 3 de enero de 2009

Y ponelo en negrita

José Pablo Feinmann dijo una vez “en la Argentina cualquier pelotudo tiene un blog”. El hombre de pensamiento agudo y filoso, nunca se equivoca, y este blog ha venido a darle la razón nuevamente. No solo encontraran una pésima prosa, si no también cientos de pifias lógicas, opiniones incoherentes, reflexiones insoportables, razonamientos fuera del tarro y otros desatinos que podrán olvidar con facilidad. Con el tiempo verán como de a poco se cae a pedazos esta minúscula porción de universo cibernético.

Mas sofisticado que un fotolog y mas humilde que una web en este blog voy a volcar algunas cosas que me interesan y otras que no tanto, pero que tal vez algún cibernaufrago guste compartir. Es probable que algún post resulte interesante de verdad, en ese caso feliciten a la casualidad. Será también -y sobretodo- merito de otros autores algunos conocidos y otros no tanto, con los que simpatizo y tal vez iluminen un poco de este pequeño manojo de partículas que soy y que la gente por iniciativa de mis padres llama Martin.

¿Cualquier pelotudo puede tener un blog? Si, y este blog es una prueba de eso.