martes, 6 de enero de 2009

Las ciencias y sus filosofos

Enseñar es una tarea ardua y gratificante, contrariamente al pensamiento general. Miles de teorías pedagógicas rondan la tarea docente. Entre las que mas me gustan están las de Paulo Freire, a quien veremos seguido por este espacio. Sostenía –como otros antes y después que el- que la educación debe ser siempre política, axioma al que adhiero y que en otro post podríamos debatir. Ahora quiero usarlo de punto de partida para otro tema y es el siguiente: ¿Cómo explicar ciencia de manera política para transformar la realidad? La aceleración de la gravedad es de 9,82 m/s2 independientemente de la forma de gobierno que rija un país. Con este dilema me he enfrentado varias veces en mi corta carrera como docente en el área de química. Sin embargo, leyendo un texto de Esther Diaz hace unos meses encontré en la epistemología y en los griegos (cuando no) una solución a este problema.

Los filósofos mayores (Aristóteles y Platón) tuvieron teorías erradas, pero de alto vuelo. Podríamos decir que poseen una forma estupenda y un mensaje equivocado. A la inversa de los filósofos menores, cuya forma fue mas sencilla quizás, pero científicamente correcta. Si hablamos filosofía creo que la forma es prescindible y llegar a la verdad es lo importante –a diferencia de lo que ocurre en las artes-. ¿Por qué esta distinción entonces? El texto de la autora lo deja bien claro. Es un poco largo, pero vale la pena:

Programas cientificos, poder y deseo.
El atomismo fue un invento del siglo V ante de Cristo. Leucipo imaginó un universo infinito constituido por materia y vacío. Concibió la existencia de elementos indivisisibles - los átomos – que al unirse producen la realidad y al separarse la destruyen abriendo espacios de vacío siderales. Demócrito perfeccionó la teoría de Leucipo y encontró una solución ejemplar para responder al enigma del ser y el devenir. Los átomos de Demócrito son una especie de puente entre dos teorías aparentemente irreconciliables como las de Parménides y la de Heráclito. Pues los elementos de los primeros atomistas griegos conservan por partes iguales la necesidad racional de lo inmóvil, como en Parménides, y la revelación empírica de un mundo en permanente cambio, como el de Heráclito .

(…)

Los átomos de Demócrito, en tanto indivisibles, son inmutables. Sin embargo, desde el punto de vista de sus trayectorias cambian, están dotados de movimiento. Pero la importancia de la hipótesis de Demócrito no se detiene ahí. Se manifiesta asimismo en el hecho de que su doctrina no se resigna a ser una mera teoría sobre la realidad física, sino que aspira a una concepción total del mundo, incluyendo, como una de sus partes esenciales, la ética. Pero no una ética escindida del conocimiento de la naturaleza, sino operante en la construcción misma de lo que entendemos como realidad.

Es verdad que , en general, los filósofos griegos consideraban que para acceder al conocimiento se debía cumplir con ciertos requisitos de orden moral(…) En la modernidad tardía esa escisión se cristalizó en la pretendida neutralidad ética de la investigación básica.(…)Mi postura apuesta a introducir la reflexión axiológica desde el inicio mismo del proceso científico. En este sentido, rescato a los sofistas y a filósofos como Leucipo, Demócrito, y Lucrecio, así como a los estoicos y epicúreos, a los que –no casualmente- la filosofía oficial académica suele denominar “filósofos menores”.

La teoría atómica fue retomada por Epicuro en el siglo IV a. C., es decir, en la misma época en que Aristóteles (un poco más viejo que Epicuro) ya había concebido sus ideas acerca de la conformación de la realidad como un orden estratificado y jerárquico, cuyos principios irreductibles son los cuatro elementos: agua, fuego, aire y tierra, y acerca de la existencia de un fin último hacia el que toda la naturaleza tiende y que es la perfección. En la concepción aristotélica, de manera similar a la teoría platónica, tanto la naturaleza como los humanos están subordinados a ideas rectoras superiores. En cambio, la doctrina de Epicuro no se subordina a organizaciones celestiales trascendentes (nada de mundo de las ideas ni de motores inmóviles). Incluso a diferencia de los primeros atomistas, para quienes el devenir atómico respondía a una especie de necesidad racional, Epicuro introduce el azar en el proceso atómico generador de realidades.


Según la visión epicúrea del mundo, los átomos corretean entre nosotros, están en nosotros, nos constituyen y son nuestro entorno. El azar, para ellos, es similar a la libertad para nosotros. Libertad y azar hacen y deshacen nuestro devenir. Los átomos son inalterables en sí mismos aunque cambiantes en sus trayectorias. Unos trescientos años después de la propuesta epicúrea, Lucrecio describe, en impecables versos latinos, el desplazamiento de los átomos en el vacío siguiendo trayectorias paralelas. Existe una especie de armonía. Pero esa armonía no es eterna. En algún momento impredecible se produce la inclinación de un átomo, o clinamen, que provoca una vorágine indescriptible de choques, explosiones y confusión. El peso de los átomos los desplaza hacia abajo, pero la desviación los impele hacia otras direcciones. Esto desencadena un cataclismo atómico que, paradójicamente, es caos y orden al mismo tiempo. Mejor dicho, la catástrofe inicial es la condición de posibilidad de la generación de un nuevo orden, el de la organización de la realidad tal como la conocemos.

(…)

La teoría atómica antigua fue soslayada o negada durante milenios, para resurgir triunfante recién a fines del siglo XIX. Durante ese tiempo fue relegada a polvorientos manuales de filosofía o citada en historias de la ciencia como algo anecdótico más que fértil, delirante más que razonable, superficial más que profundo.
Fue tan corta su difusión y tan largo su olvido que cabe preguntarse si esta exclusión histórica se deberá a una falta de consistencia cognitiva, o de ausencia de rigor lógico, o de explicación coherente de los atomistas o si, en realidad, no habrá otros motivos. Motivos que no necesariamente son cognitivos, sino valorativos y del orden del poder. Pues, los atomistas no sólo se permitieron introducir la multiplicidad, el cambio, la diferencia y el azar en la explicación de la naturaleza, sino también la libertad y la ética. Además, compartieron sus discusiones teóricas con mujeres. En el Jardín de Epicuro había filósofos y filósofas. Existen, quizá, demasiadas transgresiones al orden político-social establecido como para que sus teorías pudieran ser incluidas en las “publicaciones oficiales”.

Es evidente que concepciones teóricas como las de Platón y Aristóteles responden mejor a las expectativas de los poderes hegemónicos. Pues en ellas el orden jerárquico y la necesidad lógica (impuesta obviamente por ese mismo orden) impera sobre las diferencias, las libertades individuales y los “seres inferiores”. Además, nada cambia en las estructuras profundas platónicas o aristotélicas, como nada debe cambiar –desde el deseo de las clases dominantes- en las estructuras profundas de lo social. Teorías como las de Platón, Aristóteles y, más adelante, Newton (aun sin proponérselo) sirven de fundamentación teórica para los imperialismos, los colonialismos y, en general, la manipulación de las redes de poder de tipo hegemónico. Por el contrario, concepciones teóricas como las atómicas, las no deterministas y las microfísicas se corresponden, aunque tampoco se lo propongan conscientemente, con la validación de las tolerancias, el respeto por las diferencias y los poderes plurales, democráticos y cambiantes. En realidad, el dispositivo validante de los conocimientos mimados por el poder es un proceso sin sujeto. No porque en una primera instancia no haya sujetos que se planteen ciertos objetivos, ni porque los dispositivos no partan desde y hacia los sujetos en función de esos objetivos, sino porque el proceso produce un plus no buscado, pero que ayuda a fortalecerlo, como una especie de “astucia de la razón hegeliana”."

“LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA COMO TECNOLOGÍA DE PODER POLÍTICO SOCIAL”

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