lunes, 16 de febrero de 2009

Los mitos de la actualidad argentina I: El Cabildo

Hace poco, aprovechando los últimos días de vacaciones, fui a hacer unos trámites a Capital. Como me sobró un poco de tiempo disfrute de un pequeño hobby: ser turista en mi ciudad. Dejar de ver por un rato esos lugares cotidianos, rutinarios y fingirme asombrado de cada edificio, cada escultura. Nunca creí que me iba asombrar tanto. De esas pequeñas recorridas haré estas breves crónicas, que prematuramente podemos llamar “crónicas del desencanto”.

Caminando por Bolívar, me encontré con el glorioso Cabildo de 1810. Tenía ganas que saber que se siente estar en una revolución y tal vez pisar el escenario de una mueva alguna sensación. El “Museo de la Revolución de Mayo”. Recorrí primero el patio, mirando la feria artesanal. Me acerque a la puerta y pague generosamente el peso exigido. Entré al salón situado a la izquierda donde se exponía la iluminación a través del tiempo. El lugar no era muy grande y tal vez por eso los objetos en exposición no eran muchos. Algún candelabro réplica de los antiguos, una araña de una mansión, muchos tipos de velas y la historia de los serenos. En la sala contigua estaba el calabozo. Había dos muñecos vestidos de paisanos y el cepo original de la cárcel del cabildo. El catre era réplica. Entré y salí bastante rápido. Empecé a sentir un poco de vacío en ese lugar.

Caminé hasta el primer piso, no sin antes tratar de abrir una puerta que estaba en el comienzo de las escaleras. Fue inútil, estaba cerrada al público. En el balcón trasero, había expuestas pedazos de puertas rescatadas de la construccion original (esa que tenia como cinco arcos de cada lado). En el salón interior colgaban cuadros que recordaban la epopeya de las invasiones inglesas y entre ellos firme, erguido y orgulloso la del Virrey Liniers. Acá me confundí un poco. No entendía bien como el Museo de la Revolución le hacia culto a un hombre que fue fusilado por liderar un movimiento contrarrevolucionario y transar con los ingleses luego de las invasiones. La sorpresa fue, que el único retrato era el de él. Después, escenas de la vida lugareña, el famoso cuadro de Fouqueray y las batallas. Pero en esa sala el único prócer fue Liniers. Seguí mirando sin prestarle mucha atención al detalle. Busque una salida al balcón pero fue inútil. No estaba abierto al público. En el centro de la sala se exhibía un sombrero de Patricios. Réplica por supuesto. También monedas de época, réplicas también. Había originales, eso si, estandartes capturados a los ingleses y unos baúles españoles que databan del siglo XVI, aunque no estoy muy seguro de la relación con la gesta Patria.

Una vez que miré toda la sala, expectante enfilé al salón capitular donde se había declarado el gobierno criollo y según tenia entendido era la única que se mantenía original. Entré y de frente estaban los cuadros de todos los patriotas de la época. O de casi todos. Faltaba uno. ¿Era Belgrano? Si, era Belgrano. El lugar designado decía “En reparación”. Podía faltar cualquiera, pero él… Desde arriba, sobresalía por su tamaño y su mirada Saavedra, que vigilaba el salón. Logró ponerme incomodo. Juraría que Moreno me guiño un ojo, para que no me inhiba, pero fue inútil.

Miré la mesa con el crucifijo y las tres sillas. Imagine a Moreno sentado el sillón de la derecha, altivo, escuchando los violentos debates. Extendí la mano para tocar los muebles. Me acerque al encargado. “¿Son originales?”. “No -me dijo con poco humor- son réplicas. Acá todo es réplica”. Busque de nuevo una referencia a Belgrano, pero no había. Me fui del salón corriendo al último balcón que quedaba por recorrer. Trate de abrir dos puertas más. No estaban abiertas al público. Me acerque a otro trozo de puerta colgado en la pared, supuestamente original y moví un cerrojo: despacito empecé a sentir que las maderas crujían y ante la miradas de una pareja sueca, la puerta se me vino encima. Trate de serenarme y reconstruir esa reliquia (¿reliquia?) tal como estaba. Huí despavorido. No quise volver a ver ningún salón.
Para mi había sido una estafa. Me habían robado un peso y varias ilusiones.
Tenia un sabor amargo y muchas, muchas dudas, acerca de porque en el museo lo único original eran los elementos de tortura y los estandartes ingleses.

2 comentarios:

  1. La primera vez que vi el cabildo le dije a mi hermana "mirá ese parece el cabildo". Para qué, todavía se ríe. Lo mutilaron tanto que está irreconocible. Algo parecido pasa con la historia creo.
    Me contagiaste las dudas, gracias por eso.
    Un abrazo

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  2. Esos paseos de la gente de zona sur por la capital federal! los he hecho, claro que si.

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